Título: The Private Lives of Pippa Lee (La Vida Privada de Pippa Lee)
Año: 2.009/ 93'/ USA
Dirección: Rebecca Miller
Guión: Rebecca Miller
Música: Michael Rohatyn
Fotografía: Declan Quinn
Reparto: Robin Wright Penn, Keanu Reeves, Julian Moore, Alan Arkin
Mientras visionaba esta película de esta directora de ilustre apellido me ocurría una cosa extraña, quería que me contaran cualquier historia de cualquier personaje menos de Pippa Lee. Cualquiera de ellos me parecía más interesante y sentía mayor curiosidad por saber las causas que les habían llevado hasta allí que por la apática y anodina Pippa Lee.
Para mayor desinterés hacia el personaje hay dos hechos que hicieron que sintiera mayor desidia hacia la trama, por un lado el nulo parecido físico entre la Pippa joven y la adulta, por el otro, la grandísima diferencia psicológica que es salvada por la guionista con una pirueta verdaderamente poco comprensible.
A Robin Wright Penn siempre la recordaré por la película de Rob Reiner de 1987, The Princess Bride, la Princesa Prometida, y por la belleza de esos sus primeros pasos en el cine, pero desde luego no la recordaré por ser una gran actriz.
Lo contrario es lo que ocurre con Alan Arkin a quien le cuento sus apariciones por soberbias interpretaciones, ésta incluida.
Entiendo que uno quiera contar historias de personajes que no son héroes y que su cotidianeidad se parece a la del común de los mortales, pero otra cosa es que la historia que se quiere narrar sea tan carente de interés que nos estemos preguntando todavía por qué Pippa Lee merece tantos focos más allá de su curioso nombre.
No hay alma, casi no hay reflexión en esta mezcolanza de ideas que suenan a autobiográficas y que le podrán interesar a la responsable pero lo justo a quien no ha compartido sus caminos.
Por el contrario existen secundarios que son trazados con mano firme y sensibilidad, personajes en los que sus debates morales y sus decisiones parecen tener más meollo que el principal. Nos interesa, por ejemplo, saber más de un atormentado outsider como Chris Nadeau o de la inestable pero divertida Surky Sakissian.
Este es para mí un error estructural que afea una película de la que hay detalles y escenas que nos acercan a las intenciones de su guionista pero que, en términos generales, olvidaré rápidamente.
Lo mejor: Alan Arkin
Lo peor: el guión
No llega a pasable.
A Robin Wright Penn siempre la recordaré por la película de Rob Reiner de 1987, The Princess Bride, la Princesa Prometida, y por la belleza de esos sus primeros pasos en el cine, pero desde luego no la recordaré por ser una gran actriz.
Lo contrario es lo que ocurre con Alan Arkin a quien le cuento sus apariciones por soberbias interpretaciones, ésta incluida.
Entiendo que uno quiera contar historias de personajes que no son héroes y que su cotidianeidad se parece a la del común de los mortales, pero otra cosa es que la historia que se quiere narrar sea tan carente de interés que nos estemos preguntando todavía por qué Pippa Lee merece tantos focos más allá de su curioso nombre.
No hay alma, casi no hay reflexión en esta mezcolanza de ideas que suenan a autobiográficas y que le podrán interesar a la responsable pero lo justo a quien no ha compartido sus caminos.
Por el contrario existen secundarios que son trazados con mano firme y sensibilidad, personajes en los que sus debates morales y sus decisiones parecen tener más meollo que el principal. Nos interesa, por ejemplo, saber más de un atormentado outsider como Chris Nadeau o de la inestable pero divertida Surky Sakissian.
Este es para mí un error estructural que afea una película de la que hay detalles y escenas que nos acercan a las intenciones de su guionista pero que, en términos generales, olvidaré rápidamente.
Lo mejor: Alan Arkin
Lo peor: el guión
No llega a pasable.
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