miércoles, 11 de febrero de 2009

Las tortugas también vuelan. Lakposhta ham parvaz mikonand


Las tortugas también vuelan. Lakposhta ham parvaz mikonand



Ficha técnica:



Dirección: Bahman Ghobadi

Guión: Bahman Ghobadi

Duración: 98 minutos

Nacionalidad: Coproducción irano, franco iraquí

Año: 2004

Reparto: Soran Ebrahim, Satellite. Avaz Latif, Agrin. Saddam Hossein Feysal, Pashow. Feysal Rahman, Hengov. Rahman Karim, Riga.

A nadie le puede extrañar que una historia que nos cuenta un aspecto sobre el Iraq moderno merezca especial atención. Si la historia es contada, además, a través de los ojos de unos niños que viven en unas aldeas para refugiados kurdos en los días previos a la invasión de Iraq por las fuerzas internacionales comandadas por los estadounidenses, todavía más. Durante la cinta, la relación de los niños con la realidad de su país va quedando claramente expuesta. Y es que Las tortugas también vuelan merece múltiples y variadas lecturas. La primera aproximación quizás sea costumbrista porque nos introduce en lo cotidiano de una nutrida pandilla de niños que sobrevive en un campo de refugiados. Esta lectura ha sido la más satisfactoria porque nos lleva al punto de vista casi surrealista de los mejores minutos de Kusturica. Mantener la alegría, la frescura de lo infantil, cuando todo lo de alrededor se está desmoronando, posee una fuerte carga de optimismo y de imaginación. La reinvención de la realidad a través de la mirada de los pequeños le da fuerza y consistencia al buen arranque de la película. Las escenas en las que los aldeanos siguen las ocurrencias de uno de los niños, Satellite, para evitar los presumibles bombardeos del ejército de Saddam son, sin duda, los mejores momentos del largometraje.
Pero, además de observar la dura, complicada y enrevesada vida de los protagonistas, también posee la película, una profunda y seria reflexión sobre la historia más reciente de Iraq. Existen dos personajes que caracterizan, simbolizan, dos modos de enfrentarse a los trágicos momentos que vive el país. Por un lado Satellite, el líder avispado de los niños, que se ha metamorfoseado con la realidad circundante como un camaleón y parece vivir a sus anchas entre los campos de minas y las dificultades del entorno. Este personaje posee la firme y clara convicción de que los invasores traen consigo una vida mejor en forma de dólares. Por tanto, Satellite, como corresponde, se transforma rápidamente, aprende inglés y ensaya la forma de hacer negocios con los nuevos señores de la realidad.
La niña que llega nueva a la aldea acompañada de sus dos familiares, Agrin, es la otra cara del país. Una nación marcada por unas profundas cicatrices no cerradas y que ya no posee fe alguna en el mañana. Las vicisitudes pasadas por el pueblo iraquí son tan graves que esta niña, que las ha vivido en sus propias carnes, no tiene fuerzas para sonreír o para permitirse el menor atisbo de esperanza. Lo único que queda por decidir es la forma de terminar con el sufrimiento. Algo que se anticipa desde la primera escena. Lo que nos sugiere, de nuevo, el triunfo de la mirada más pesimista porque, de alguna manera, todo lo que viene después es el camino lógico hacia la inevitabilidad de lo real.
La visión del realizador lleva a que sea la realidad de Agrin la que termina por imponerse. El hermano de la pequeña, que simboliza el destino, va acercando a Satellite, a los iraquíes más optimistas y esperanzados, con la tremenda realidad de que pocas cosas o ninguna van a cambiar con la nueva situación. Precisamente el clímax de la cinta coincide con la toma de conciencia por parte de Satellite de que sus esperanzas son infundadas. A partir de ese momento, la postura del niño se hace igual a la de la trágica Agrin. Tremendamente gráfica es la escena en la que Satellite da la espalda a las columnas de soldados que cruzan su aldea.
La labor de los niños actores es soberbia a lo largo de toda la película, sin embargo, el tono general decae en los momentos más trágicos del largometraje porque el efectismo buscado es innecesario. Nos quedamos con las escenas más Kusturica porque rebosan originalidad, ritmo y fuerza. En todo caso, lo malo que existe en Las tortugas también vuelan no estropea el valor de una cinta superior a la media que cuenta ya con un buen ramillete de premios a su espalda.
Recomendable

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